A cualquiera de nosotros nos resulta fascinante ver cómo determinadas obras arquitectónicas clásicas de la época de los romanos, griegos o egipcios se mantienen en pie 2000 años después. Si los antiguos hubieran contado con la mitad de la tecnología hoy existente –amén de otros recursos básicos de una mejor calidad (calzado, ropa, herramientas…)- seguramente el estado de conservación actual sería (aún) más óptimo. Sin embargo, construcciones recientes (incluso con menos de un siglo de antigüedad) presentan serios problemas para mantenerse en pie. ¿Por qué?