A cualquiera de nosotros nos resulta fascinante ver cómo determinadas obras arquitectónicas clásicas de la época de los romanos, griegos o egipcios se mantienen en pie 2000 años después. Si los antiguos hubieran contado con la mitad de la tecnología hoy existente –amén de otros recursos básicos de una mejor calidad (calzado, ropa, herramientas…)- seguramente el estado de conservación actual sería (aún) más óptimo. Sin embargo, construcciones recientes (incluso con menos de un siglo de antigüedad) presentan serios problemas para mantenerse en pie. ¿Por qué?
Si ponemos el ojo en la capital de España observamos cómo un amplio número de construcciones han sido realizadas con hormigón, material este que -con el paso de los años- presenta fecha de caducidad; nada que ver con otras construcciones más longevas como el acueducto de Segovia o las lejanas pirámides de Egipto, con una más que buena salud de su estructura. De manera reciente uno de los puntos en la intersección de la céntrica vía Paseo de la Castellana, el puente de Joaquín Costa, ha recibido la mala noticia de presentar un riesgo auténtico de caída y –muy probablemente- sea demolido.
¿Cómo es posible qué una construcción que –al margen de su costo económico, posiblemente varios millones de euros de la época- no ha superado ni siquiera el centenar de años de vida? La respuesta está en su material constructivo (y también en los parámetros/estándares que se siguieran décadas atrás): el hormigón; y es que dicho material, por sus propiedades mecánicas, posiblemente ha acelerado su vida útil. Según profesionales expertos en geología el hormigón se compone –básicamente, de cemento y áridos-, y la calidad de dicho hormigón dependerá de la calidad del cemento que se use, de la calidad de los áridos y -por supuesto- del agua. Así, la calidad y dureza del agua que se utilice para hacer hormigón también influye en la futura calidad del hormigón que se proyecte. De manera adicional, los aditivos que se incorporen también “´colaborarán” para que el hormigón sea de la máxima calidad. El modo de trabajarlo también influye en su dureza y resistencia. Así, por ejemplo, décadas atrás se observó que el hormigón fraguaba en menor tiempo si se le añadía aluminio; la pega: el hormigón se disgregaba muy fácilmente con el paso del tiempo. A esta “enfermedad” del hormigón se la denominó aluminosis; y numerosas construcciones en España debieron ser reparadas por dicha enfermedad, como por ejemplo el Estadio Vicente Calderón.
Y por último, la ubicación de la obra, que también influye en su durabilidad. En zonas con constantes heladas durante los meses más fríos no ayuda para nada a envejecer adecuadamente.
Por cierto, el derrumbe de las Torres Gemelas no se efectuó por la tremenda colisión de las aeronaves contra los edificios sino que se “derritieron” por la combustión de los más de 35.000 litros de queroseno que se colaron por todos los huecos de ascensores y conducciones fundiendo por completo la estructura de los edificios.
En COTPA, además de diseñar naves industriales, efectuamos análisis detallados por ingenieros especializados que detectan el estado real de las estructuras, elaborando informes pormenorizados y acometiendo las reparaciones destinadas a ampliar la vida útil de las susodichas .