Hace varios meses ya hemos destacado en el Blog de COTPA cómo la arquitectura –además de ayudar a diseñar edificios bellos y funcionales- permite crear espacios saludables. La pandemia, impidiendo que las personas pudieran salir de sus casas durante un amplio lapso de tiempo puso de relieve cómo muchas viviendas habían perdido (o cedido, en muchos casos) espacios tan interesantes como una terraza o un balcón, añadiéndolo en multitud de casos a otras piezas, como el salón. Además, la pandemia reflejó cómo muchas viviendas fueron construidas sin tener en cuenta su ubiccación, orientándose hacia puntos cardinales que impiden disponer de luz natural a las casas; consiguiendo que éstas sean más frías en los meses de otoño/invierno (y más calurosas en los restantes meses).
Y fruto de estas construcciones efectuadas con criterios constructivos –cuanto menos discutibles- han abocado a que se señale que determinados edificios cuentan con el Síndrome del Edificio Enfermo. Y, para más INRI, el edificio no está enfermo (salvo que se detectase determinada concentración de sustancias cancerígenas en determinados materiales de construcción: uralitas, aluminosis en el hormigón, etc.).
Este diagnóstico –en realidad- no es nuevo y se remonta medio siglo atrás, cuando se comprobó cómo las personas que vivían en ciertos edificios presentaban un cuadro común de enfermedades que surgían de manera inespecífica. Muchas de estas enfermedades se asociaban con espacios con poca o nula ventilación natural (ventanas que pudieran abrirse), disposición de pocos ventanales que permitieran el paso de luz natural la mayor cantidad de horas al día, etc. De este modo, aquellos edificios que obviaban estas dos cualidades mínimas para vivir, favorecían la presencia de ácaros de polvo así como una mayor concentración de productos químicos empleados en la limpieza y desinfección del edificio pero que –por culpa de su escasa ventilación- se acumulaban en el interior del mismo. Además, las moquetas que se instalaban en multitud de edificios de oficinas favorecían la propagación de estas enfermedades entre sus usuarios.
Así, las personas que acudían a estos edificios presentaban una mayor posibilidad de contraer enfermedades respiratorias (no graves) que otras personas que pasaban grandes espacios de tiempo en edificios perfectamente ventilados y con luz natural. Entre otras dolencias solían presentar –sobre todo cuando llevaban ya expuestos varias horas a este ambiente- sequedad en la nariz y la garganta, fatiga mental, dolor de cabeza y dificultad al respirar.
Una incorrecta iluminación, compuesta en la mayoría de los casos, por luz artificial de fluorescentes, con brillos excesivos favorecieron tanto irritación de ojos como malestar de cabeza anteriormente referido.
Por ello, en COPTA diseñamos edificios no ya 100% funcionales sino que –por supuesto- permitan a sus usuarios hacer vida completamente sana en su interior; con materiales que permitan una humedad idónea (ni por exceso ni por defecto), que cuenten con la mayor cantidad de luz natural y que, en caso de disponer de luz artificial, ésta sea la más adecuada para evitar fatiga visual. La ventilación -también natural- es clave en eliminar tanto olores no deseados como los producidos diariamente por los materiales de limpieza.
Y si el aislamiento térmico es importante, no lo es menos el acústico (tanto por exceso como por defecto); y por ello hay que diseñar edificios que amortigüen e impidan el paso de ruidos molestos que impidan la concentración de sus inquilinos.
Así las cosas, residir y/o trabajar en un edificio correctamente orientado, con ventilación e iluminación natural logrará que las personas sean más productivas amén de minimizar dolencias futuras.